Qué me importa que te escondas en una fábrica de azúcar impalpable… ¡Ojalá te mueras de sobredosis! Quedate en el circo, con tus payasos y tus leones, ya el degüello te rebanará los ojos. Quedate en la sombra indefinida de un no-recuerdo, de lo que no fue ni es ni será y llevate el bisturí, las mantas y el apocalipsis. Me importan ya bien poco los huracanes y los hurones, los maremotos y los mariscos, los terremotos y los termotanques. Me importa ya bien poco parecer o no un cretino.
¡Coman mierda!
Ponete la escafandra y ahogate en un herbario, entre polillas y mariposas. Mis manos seguirán sudando, pero no haré votos de caniche toy. Harto de los nudos marineros, arrojaré todos mis cinceles al fango o a la hoguera.
No habrá más deshechos en mi almohada. No habrá más rinocerontes bailando en mi columna vertebral. Tras la cordillera un muro, más acá una pared. ¡Se desangran las bisagras! ¡Hay luces de neón en los espirales! ¡Nueva vida, nueva hora, nueva pintura al agua! ¡Nuevo fusilamiento y cámara de gas!
Es momento de hacerse máquina registradora, cafetera, freezer o sierra eléctrica, salir a silbar y remontar trozos de jengibre en las montañas. Tiendo mis uñas al vacío: a recostarse en las campiñas de la insignificancia; a dormir para mañana levantarse más tarde y con más lagañas. Suspenso espectral, de juego de niños, de casita del terror.
¡Comé mierda!
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