En algún momento
supimos cantar y cantarnos,
inocentes, como guadañas,
alegres como asnos.
Te vi en un claro de plaza pública
y jamás hubiera pensado
que serías
el álamo que reboza en mis mejillas…
Llevabas tu saco negro,
la voz carrasposa
y todo el etanol que tu cuerpo puede cargar;
mi mirada pasó inadvertida,
aún inconsciente de lo que llegaría a ser.
Hoy, yo no sé,
subes, lentamente,
con ese halo de tristeza
que conmueve hasta mis huesos;
con esa clara sensibilidad
ampollada en tus pies,
con el fangoso devenir
de tus labios
y tu lengua en barricada
que se escurre
sin regresar desde ya varios inviernos.
Si pudiera entretejerte una mañana,
si pudiera levantar una copa
y degollarte un campanario…
El pequeño encendedor azul me habla,
me recuerda tu endeblez,
y tu fortaleza,
tu bravura
y tu cabeza quemada al sol,
entre fotografías
y canciones folk.
Ten mi mano hoy,
para mañana y pasado;
y estrújame el pescuezo
cuando quieras que me vaya…
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